Lienzo de piedra
Leonardo
Varela
Existen
signos que no sabemos que significan. Simplemente están ahí, irradiando cierta
energía que trasciende paralelismos. No. No son un mero reflejo del “mundo
real”. Son otro mundo auto-contenido: el forcejeo de la forma y la sustancia.
Una utopía, pero también un impulso irrefrenable desde que el hombre ha pisado
la tierra.
Hace
decenas de miles de años, un grupo desconocido fundó en la Sierra de San
Francisco (en la zona central de la península de Baja California) la tradición
pictórica del Gran Mural. Poco sabemos de ellos, sin embargo, sus voces
–cantares o himnos que apelan a una noción sagrada de la existencia- nos
interpelan y nos deslumbran. Pocos se han atrevido a dialogar.
Durante
todo este tiempo, pareciera, las pinturas rupestres peninsulares, por cierto
las más antiguas en América, sólo han logrado incitar un eco que reverbera en
esta pregunta, formulada por el semiólogo Yuri M. Lotman: “¿Puede ser portador
de signos un mensaje en que no podemos distinguir signos en el sentido que se
les da en las definiciones clásicas, que tiene en cuenta en primer término la
palabra del lenguaje natural?”.
La
respuesta, démosla por descontado, no está en ningún modo en las palabras, que
aluden esta clase de mensajes y signos, sino en el desciframiento y
re-ciframiento que nos propone el nuevo Lienzo de Piedra de Aníbal Angulo:
contestataria correspondencia que se remite y sacude sus referencias.
Todo
el que atisbe estas imágenes comprenderá que el arte rupestre ha dejado de ser
un fósil porque nunca lo fue. Es arte vivo. Es un pasado que se yergue y
proyecta sobre el futuro como una sombra de este sujeto enigmático: nosotros
mismos.
Exposición realizada en la Galería Carlos Olachea en La Paz, BCS Museo de arte de Querétaro Museo de arte , Mazatlán Sin. Galería López Sáenz, Culiacán. Sin. 2015